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Es común escuchar que de alguna persona que “ya está cansada de la pandemia”, o que “ya está harto de las mascarillas y del COVID”. En realidad, creo que, en cierta forma, todos entendemos y hasta empatizamos con esos sentimientos. Sin embargo, hay varias cosas que debemos tener presentes para determinar nuestro comportamiento ante el virus. Como lo que aprendimos de la pandemia de la gripe de 1918, de lo que hemos aprendido de esta pandemia, y de lo que nos queda por aprender. Aquí te explico.

A pesar de que los casos de COVID-19 y las hospitalizaciones han empezado a bajar en los Estados Unidos, el número de fallecimientos ha ido en aumento. De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) el número de muertes para el 9 de febrero era de 933.300 y se estimaba que podrían ocurrir hasta 66.000 muertes más para finales del mes.

En muchos estados del país los gobernadores sugieren que, como el COVID-19 permanecerá con nosotros, “hay que fingir que no existe y procurar volver a la normalidad”. Desgraciadamente, este no parecería ser el momento ideal para ignorar la presencia del virus. Algunas de las razones incluyen las siguientes:

  • Durante su presentación el 2 de febrero, la directora de los CDC, la Dra. Rochelle Walensky, dijo que el promedio semanal de infecciones nuevas era de 446.400. Se estaban reportando alrededor de 17.100 hospitalizaciones por COVID-19 diariamente y 2.300 muertes por el virus.
  • De acuerdo con un reporte de los CDC, en la semana que terminó el 8 de enero, las personas que no estaban vacunadas tenían 3,6 veces más probabilidades de contraer COVID-19 y tenían 23 veces más probabilidades de requerir hospitalización que las personas que habían recibido un refuerzo (booster). 
  • El promedio de muertes semanales entre los que no se habían vacunado fue de 9,7 por 100.000, comparado con 0,7 por 100,000 con los que sí se habían vacunado. De acuerdo con la Dra. Walensky, esto significa que el riesgo de morir de COVID-19 era 14 veces más alto en los que no se vacunaron comparado con los que recibieron una serie primaria.

Y las dosis de refuerzo ofrecen aún más protección, según Walensky. El promedio de muertes semanales entre los que recibieron la dosis de refuerzo fue de 0.1 por 100.000. Esto significa que los que no se vacunaron tenían un riesgo 97 veces más alto de morir comparado con los que recibieron la dosis de refuerzo.

Una encuesta realizada entre el 4 y el 7 de febrero de 2022 por Axios/Ipsos, en la que les preguntaron a 1.049 adultos cómo deberían los Estados Unidos manejar el COVID-19, encontró lo siguiente:

  • El 21% dijo: que todo se debería de abrir y la vida debería volver a la normalidad sin mandatos ni requisitos.
  • El 29% dijo: avanzar hacia la apertura, con precauciones.
  • El 23% dijo: mayormente, mantener las precauciones y los requisitos como están, y
  • El 21% dijo: aumentar los mandatos del uso de mascarillas y los requisitos de la aplicación de vacunas.

Uno de cada tres estadounidenses espera contraer COVID en el próximo mes, y sólo uno de cada 10 cree que se erradicará para esta época el próximo año. O sea, estos datos muestran que los estadounidenses están aceptando vivir con el COVID, pero que no hay un consenso sobre cómo vivir con el virus.

De acuerdo con John M. Barry, un académico de la Tulane University School of Public Health and Tropical Medicine, la mayoría de las historias de la pandemia de la influenza de 1918, que mató a mínimo 50 millones de personas a nivel mundial, dicen que terminó en el verano de 1919 cuando una tercera ola del contagio respiratorio finalmente cedió. Sin embargo, el virus continuó matando. Surgió una variante en 1920 que fue lo suficientemente letal que debería haber contado como una cuarta ola. En algunas ciudades, las muertes fueron mayores que en la segunda ola. Esto sucedió a pesar de mucha de la población en Estados Unidos ya tenía inmunidad natural después de dos años de estar expuestos a infecciones por el virus de la influenza y a que la letalidad del virus había disminuido en la tercera ola. Pero en 1920 la gente no respondió a las recomendaciones. Algunos funcionarios públicos tampoco reaccionaron. “Estaban cansados”, “ya no les importaba”. Lo ignoraron y sufrieron las consecuencias. 

No deberíamos de repetir ese error. Es importante aprender del pasado. No hay que cederle el control al virus.

Ha habido brotes de influenza o gripe en otros años, como en 1957, 1958, 1968, y en 2009, por variantes que han surgido. En muchas ocasiones, dependiendo de la respuesta de los funcionarios de salud pública en cuanto a información y del público en cuanto a la participación en vacunaciones, etc. han sido muy elevados el número de personas infectadas, las hospitalizaciones y el número de muertes (muchas que se podían haber prevenido).

Si no aprendemos del pasado, cometeremos los mismos errores:

  • Las vacunas en si no acaban con las epidemias. Es la aplicación de esas vacunas en el mayor número posible de personas en todo el mundo. Y esto incluye a todos: adultos, adolescentes y niños. El virus tiende a mutar, y las variantes nuevas tienden a aparecer en las personas que no se han vacunado.
  • Las medicinas orales para el tratamiento del COVID-19, como el Paxlovid, son una de las armas de gran utilidad, pero va a tomar tiempo para que se distribuyan en las cantidades necesarias en todo el mundo y, esperamos que el virus no desarrolle resistencia. Y estos tratamientos no son un sustituto de las vacunas.

El futuro inmediato aún depende de que nos vacunemos, de que usemos mascarillas en situaciones riesgosas, de que evitemos multitudes y/o usemos distanciamiento social (nuevamente si el número de casos de COVID-19 es elevado en el área que vivimos o visitamos), y de que nos lavemos las manos con frecuencia o usemos un desinfectante que contenga alcohol. 

También, probablemente dependeremos más de los reportes de hospitalizaciones y muertes que de los reportes de casos nuevos. Actualmente muchos casos de COVID-19 en Estados Unidos no se reportan, ya que las personas eligen hacerse estudios rápidos en casa en vez de hacérselos en el laboratorio o, simplemente, no se hacen estudios si son casos leves o incluso asintomáticos. Así que no sabremos el número real de casos en el país.

Por eso, aunque “estés cansado de la pandemia” no es el momento de decir “me rindo y estoy listo para volver a la normalidad”. Si bien es cierto que hay personas que hacen reuniones sociales, fiestas, van al teatro (si no cancelan la función porque los actores contrajeron COVID), etc. etc., lo que no puedes hacer es obligar a otras personas, cuyas vulnerabilidades podrían ser mucho mayores que las tuyas, a estar de acuerdo con tus evaluaciones de riesgo y a unirse a ti para pretender que el virus no existe mientras la pandemia continúa. Desde luego, no vamos a vivir así para siempre. Pero es importante considerar la opinión de los verdaderos expertos en salud pública y tomar con seriedad a un virus que ha matado a más de 5.8 millones de personas a nivel mundial y a más de 933.300 personas en los Estados Unidos. Muchas de estas muertes se podían haber prevenido. Desgraciadamente, habrá más personas que fallecerán. Pero muchas podrían salvarse, si usáramos el sentido común.

Como sociedad, muchos se han olvidado de seguir las medidas de salud pública y nuestra obligación al bien común. Como individuos todos podemos actuar.

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Imagen: ©Shutterstock / Volurol

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