¿Por qué el cielo es azul? ¿Quién es esa mujer, cómo se llama, a qué se dedica, dónde vive, cuáles son sus intereses? La semilla de descubrimientos (científicos y mundanos) ha sido la curiosidad. Sin ser genios, podemos aprender y recordar mucho más si nuestra motivación es la curiosidad, según los resultados de un estudio reciente de la Universidad de California.
Seguramente, alguna vez has tenido cerca (incluso en casa) a un pequeño de dos a cinco años y te has sorprendido la cantidad de veces que los niños preguntan ¿por qué esto o por qué lo otro? El doctor Mattias Gruber y sus colegas del Centro de Neurociencia de la Universidad de California, Davis, han descubierto que esta misma actitud de curiosidad en la edad adulta beneficia enormemente la capacidad de aprendizaje, incluso recordando información incidental.
El funcionamiento de la memoria resulta fascinante para cualquier estudioso de la Psicología y la Neurología. Existen diferentes categorías para clasificar la memoria: activa, operativa, emocional, etcétera. Daniel Goleman en su libro Inteligencia emocional define estas tres categorías. La primera es la capacidad de retener en la mente toda la información que atañe a la tarea que estamos realizando; la segunda, es la capacidad de atención que toma en cuenta los datos esenciales para completar un problema o tareas determinados; la tercera, es la que se reserva a experiencias que se “almacenan” en la amígdala (una parte del cerebro) y que incluso se adquieren antes de que el lenguaje se desarrolle y que se activan de manera inconsciente, cuando la percepción registra que uno se encuentra ante tal o cual situación.
La memoria emocional revela un abanico de oportunidades. Por ejemplo, que la inteligencia entendida como el desempeño de actividades cognitivas no necesariamente se relaciona con la inteligencia emocional. Es decir, que una persona puede desempeñarse de manera excelente en un examen de matemáticas y tener dificultades serias para decidir si acude o no a una cita que podría resultar romántica.
Por otro lado, este factor emocional hace posible que nuestra actitud pueda modificar también nuestra capacidad de aprendizaje cognoscitivo. Justamente a esto se refiere el estudio mencionado previamente. En el estudio publicado en línea en Neuron por el doctor Gruber, las personas demostraron que cuando tenían mucha curiosidad sobre los temas, también retenían información tanto esencial como incidental.
Este hallazgo podría ser completamente revolucionario para generar ambientes escolares mucho más eficaces al plantear las materias desde una perspectiva que promueva la curiosidad. Además, también podría significar un gran avance entre los adultos mayores, quienes son propensos a perder la memoria como consecuencia del envejecimiento.
Hay algunos factores que promueven que goces de una memoria saludable. Independientemente de que de vez en cuando no recuerdes dónde dejaste las llaves, veas un rostro y sepas que lo conoces pero no ubiques su nombre u olvides que le contaste la misma anécdota dos veces a la misma persona —dicho sea de paso que esos síntomas son completamente normales y comunes entre los adultos jóvenes y mayores— hay una serie de recomendaciones prácticas que contribuyen a que la memoria esté en forma, por decirlo de alguna manera.
El doctor Ronald C. Petersen, del Centro para la Investigación sobre la Enfermedad de Alzheimer, de la Mayo Clinic en Rochester, Minnesota, Estados Unidos, ha ido descubriendo factores que favorecen la memoria. Estos son algunos de los que recomienda:
Ahora bien, hay factores que ponen en riesgo nuestra capacidad de aprendizaje y, por lo tanto, nuestra memoria.
Hay algunos padecimientos relacionados con la pérdida de la memoria que se presentan principalmente en los adultos mayores, ya que con el avance de la edad hay ciertos hábitos que promueven el aislamiento, la descompensación alimenticia, etcétera. A continuación mencionamos algunos:
“Un recién nacido mantendrá la mirada orientada a los objetos novedosos durante más tiempo que hacia los que ya conoce, exhibiendo pruebas tanto de memoria como de preferencia hacia lo nuevo (Friedman, 1975), afirma Goleman. Lo que de algún modo nos orienta hacia aprender a buscar lo novedoso incluso en aquello que consideramos conocido. Es incluso muy socorrido pensar en esa curiosidad infantil como el recurso para refrescar nuestra visión al enfrentar actividades que al parecer ya no tienen nada que aportarnos.
“De los cuatro a los doce años de edad hay un interés creciente por observar y escuchar material novedoso; en el curso del desarrollo, uno se enfrenta de modo continuo a experiencias nuevas. Al mismo tiempo que se aprecia lo conocido (amigos y familia, lugares y actividades) con frecuencia se siente uno atraído hacia lo novedoso (Nunnally y Lemond, 1973; Rheingold, 1985, y Sluckin y cols. 1983ª). Conforme se encuentra uno con lo nuevo, los marcos mentales se rompen y aparecen otros, desarrollando la competencia mental, un elemento central del pensamiento de Jean Piaget”, refiere Linda L. Davidoff, apuntando la pertinencia del estudio del doctor Mattias Gruber y sus colegas de la Universidad de California.
O sea que siempre, independientemente de nuestra edad, podemos aprender cosas nuevas mientras mantengamos la motivación. Y esa curiosidad hará no sólo que aprendamos más, sino que retengamos más lo que aprendemos.
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