Un gran estudio internacional, publicado en Science Advances, muestra una asociación entre trastornos digestivos y el desarrollo de las enfermedades de alzheimer y parkinson. Este trabajo analizó datos de más de 500.000 personas y encontró que padecer colitis, gastritis, esofagitis o infecciones intestinales podría aumentar el riesgo de desarrollar estas dos enfermedades neurodegenerativas.
Según los investigadores, “este esfuerzo ilumina la interacción entre los factores implicados en el eje intestino-cerebro y abre vías para el tratamiento dirigido y el diagnóstico precoz”.
Trastornos digestivos y riesgo de neurodegeneración
El estudio confirma que los problemas digestivos pueden aparecer hasta 15 años antes del diagnóstico de Alzheimer y Parkinson. Esto refuerza la importancia del llamado eje intestino-cerebro, un sistema de comunicación bidireccional entre el aparato digestivo y el sistema nervioso central.
El equipo encontró que enfermedades como gastritis, esofagitis, colitis y gastroenteritis no son simples malestares intestinales, sino que podrían ser señales tempranas de neurodegeneración.
La voz de los expertos
El investigador José Luis Lanciego, del Centro de Investigación Médica Aplicada (CIMA) de la Universidad de Navarra, explica en declaraciones al Science Media Center de España que:
“Un equipo internacional de investigadores procedentes de diferentes centros de investigación norteamericanos, británicos, españoles y brasileños han analizado si diferentes enfermedades intestinales (gastritis, esofagitis, infecciones intestinales bacterianas, gastroenteritis y otras) contribuyen a una mayor incidencia de trastornos neurodegenerativos cerebrales tales como las enfermedades de Alzheimer y Parkinson. Para ello, han analizado los datos de medio millón de registros clínicos disponibles en bases de datos de tres biobancos.”
Este experto añade que “Los resultados de los estudios realizados demuestran que los trastornos intestinales de diferente índole ya se encuentran presentes años antes del diagnóstico de estas enfermedades neurodegenerativas. Concretamente, dichas patologías intestinales pueden aparecer incluso hasta 15 años antes del diagnóstico de alzhéimer y párkinson.”
Y concluye: “El aparato digestivo con frecuencia es considerado como ‘el segundo cerebro’, pues cuenta con numerosas neuronas en su capa submucosa. Está conectado con el cerebro bidireccionalmente a través del nervio vago. Hay numerosas evidencias que demuestran un papel principal de la microbiota intestinal y sus alteraciones (conocidas como disbiosis intestinal) a la hora de desencadenar enfermedades neurodegenerativas cerebrales.”
Eje intestino-cerebro: una conexión clave
El llamado “segundo cerebro” juega un papel decisivo en la salud neurológica. El estudio confirma que alteraciones en la microbiota intestinal podrían estar relacionadas con la formación de placas beta-amiloides, típicas del alzhéimer, o con cambios neurológicos asociados al párkinson.
Para mantener en equilibrio el eje intestino-cerebro, los expertos recomiendan una buena alimentación, evitar el exceso de antibióticos y cuidar la flora intestinal. Puedes aprender más sobre hábitos saludables en la sección de bienestar.
¿Qué significa este hallazgo?
Este trabajo abre nuevas puertas a:
- Diagnóstico temprano: detectar señales digestivas que anticipen problemas neurológicos.
- Prevención: vigilar de cerca a personas con antecedentes digestivos crónicos.
- Tratamientos innovadores: desarrollar terapias dirigidas a la microbiota intestinal.
Preguntas frecuentes
¿Qué son los trastornos digestivos más relacionados con alzhéimer y párkinson?
Colitis, gastritis, esofagitis, gastroenteritis e infecciones intestinales bacterianas.
¿Cuánto tiempo antes pueden aparecer?
Según este estudio, hasta 15 años antes del diagnóstico de estas enfermedades neurodegenerativas.
¿Qué es el eje intestino-cerebro?
Es la comunicación entre el sistema digestivo y el cerebro a través de nervios, hormonas y la microbiota intestinal.
¿Cuidar el intestino ayuda a prevenir el alzhéimer y el párkinson?
Aún no hay una prueba definitiva, pero mantener una microbiota saludable puede ser clave para reducir riesgos.
Por Karla Islas Pieck
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