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El estrés crónico y el envejecimiento están estrechamente relacionados. No es el estrés puntual el que deteriora la salud, sino vivir constantemente en tensión, sin recursos para manejarla. Nuestro cuerpo está preparado para reaccionar ante un peligro, pero cuando la alarma no se apaga, se desgasta y pierde capacidad de recuperación.

Como explica el profesor Arturo Fernández-Cruz, catedrático de Medicina Interna y académico de la Real Academia Nacional de Medicina de España, “en realidad, no es el estrés lo que nos mata o envejece, sino la forma de afrontarlo. Puede ser breve, puntual y fortalecedor, pero puede ser mortal si se prolonga en el tiempo y no sabemos cómo abordarlo”. Su advertencia resume bien cómo una reacción que debería ser transitoria puede convertirse en un factor de desgaste profundo.

Cuando el cuerpo permanece demasiado tiempo en modo “alerta”, libera más cortisol del necesario, una hormona que, en exceso, desajusta el equilibrio interno. Con el tiempo, las células se desgastan más rápido, aumenta la inflamación y los mecanismos de reparación funcionan peor. Todo ello favorece un envejecimiento acelerado. Fernández-Cruz lo resume así: “El estrés acelera el envejecimiento porque desencadena una cadena de efectos internos que desequilibran el organismo y lo obligan a funcionar bajo un exceso de cortisol”.

Además, el reloj interno que marca los ritmos del cuerpo —el sueño, la temperatura, la energía o el apetito— se desajusta. Dormimos peor, nos sentimos más cansados y la capacidad natural de recuperación se reduce. La consecuencia es un deterioro progresivo del bienestar físico y emocional, que se manifiesta antes de lo que imaginamos.

Cómo saber si el estrés te está afectando

El cuerpo y la mente suelen avisar cuando el estrés se vuelve un problema. Pueden aparecer dolores de cabeza, tensión muscular, insomnio, fatiga, palpitaciones o cambios en el apetito y el peso. En el plano emocional, es habitual sentirse irritable, ansioso o desmotivado. También es frecuente recurrir al tabaco, al alcohol o a la comida como vía de escape, o aislarse socialmente.

Según Fernández-Cruz, “la mediación del sistema nervioso autónomo puede afrontarse dentro de un marco de control, o producir alteraciones por una mala adaptación que lleve a situaciones no deseadas, incluyendo la enfermedad mental”. Su explicación refleja que no es tanto la existencia del estrés lo que daña, sino la falta de mecanismos eficaces para manejarlo.

Cuando el cuerpo vive en estado de alerta continua, el sistema nervioso que activa la respuesta al estrés domina al que promueve la calma. El corazón late más rápido, los músculos se tensan y el sueño se fragmenta. Con el tiempo, el cuerpo pierde la capacidad de relajarse, y el estrés crónico y el envejecimiento avanzan de la mano, afectando a la mente, al sistema inmunitario y al corazón.

Cómo romper el ciclo y recuperar el equilibrio

No se trata de eliminar el estrés, sino de aprender a gestionarlo. Fernández-Cruz insiste en la importancia de la responsabilidad personal: “Mi propuesta es que el individuo se empodere y se responsabilice de sí mismo, que no se considere una víctima de su realidad”. Asumir el control y desarrollar una actitud activa frente a las dificultades es el primer paso para fortalecer la resiliencia.

Entre las estrategias más útiles destaca el mindfulness, una técnica que entrena la atención y ayuda a calmar el cuerpo. En palabras del profesor, “la práctica del mindfulness mantiene el cuerpo en calma, disminuye la presión arterial y activa los procesos de reparación celular que permiten a la mitocondria recuperar su energía, retrasando el reloj biológico”. Su práctica regular mejora el sueño, reduce la ansiedad y favorece la concentración.

Dormir bien, hacer ejercicio con regularidad, comer de forma equilibrada y cuidar las relaciones personales son pilares básicos para reducir el impacto del estrés. También conviene organizar el tiempo, evitar la multitarea y reservar momentos de descanso real. Practicar respiración profunda o relajación muscular ayuda a activar el sistema de calma del organismo. Pequeños cambios mantenidos en el tiempo pueden mejorar el ánimo, la energía y la salud física, rompiendo el ciclo del estrés crónico.

Qué puedes hacer desde hoy

Si sientes que vives acelerado o en tensión constante, empieza por reconocerlo. Dedica unos minutos cada día a respirar con calma, dar un paseo o desconectarte de las pantallas. Intenta acostarte y levantarte a la misma hora, mantener una rutina y no cargar tus jornadas con más tareas de las necesarias. Son acciones sencillas, pero repetidas con constancia ayudan a tu cuerpo a volver a su ritmo natural y a frenar el estrés crónico y el envejecimiento.

Preguntas frecuentes

¿El estrés siempre es malo?
No. El estrés breve puede ser útil: nos activa y mejora el rendimiento. El problema surge cuando se vuelve constante, porque el cuerpo no puede recuperarse y envejece antes de tiempo.

¿Cómo sé si necesito ayuda profesional?
Si el estrés interfiere con tu trabajo, tu sueño o tus relaciones, o recurres a sustancias para calmarte, busca apoyo profesional. Pedir ayuda es una señal de fortaleza, no de debilidad.

¿El mindfulness sirve de verdad?
Sí. Las técnicas de atención plena reducen la ansiedad, mejoran el sueño y ayudan a que el cuerpo recupere su equilibrio. Es una herramienta sencilla y eficaz para frenar la tensión sostenida y el envejecimiento.

¿Puedo revertir los efectos del estrés?
Sí, en gran medida. Dormir bien, moverse más, comer sano y mantener vínculos sociales mejora los marcadores biológicos asociados al envejecimiento.

¿Qué puedo hacer hoy mismo?
Empieza con 10 minutos de respiración lenta, una caminata diaria y un horario fijo para dormir. No necesitas grandes cambios, sino constancia.

Por Miguel Ramudo
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Imagen: ©Shutterstock / Perfect Wave

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