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Admitir que se han perdido facultades es difícil. Implica renunciar a libertades y hábitos, pero de sabios es admitir que ya no se ven bien las calles en la noche, o que nos confundimos al punto de “no saber dónde estamos”. Y hay que tomar medidas, lo mismo si se trata de uno mismo, que si hay una persona mayor en la familia, que está en peligro si sigue conduciendo un auto.

Cuando Ricardo notó que Francisco, su padre, desobedecía últimamente las señales del tráfico, sospechó que le había llegado la hora de soltar el timón. Pero cuando tuvo tres accidentes leves seguidos (culpa de él), la sospecha casi se convirtió en certeza. Trató de decírselo, pero Francisco se puso a la defensiva y se mostró renuente a “perder su independencia”. Por suerte, Ricardo compartió sus temores con el médico de su padre, que finalmente logró convencerlo de que les dejara a otros la conducción del auto.

Ricardo hizo bien, porque casi todas las personas quieren seguir conduciendo tanto tiempo como puedan, y se niegan a aceptar que se han convertido en un arma letal en la carretera. Pero para la mayoría, llega el momento en que deben limitar o suspender del todo esa actividad, debido a problemas en la vista, demencia, enfermedad de Parkinson, Alzheimer u otra enfermedad incapacitante. ¿Cómo se puede saber cuándo llega ese momento?

Las siguientes 10 señales te ayudan a reconocer cuando se debe dejar de conducir:

  1. La persona tiene pequeños accidentes frecuentes, o se salva de alguno “de milagro”.
  2. Se detiene sin motivo en medio del tráfico, maneja en dirección contraria a la correcta o va demasiado rápido o demasiado despacio.
  3. Se pierde a menudo, hasta en sitios familiares.
  4. Se le dificulta ver o seguir las señales del tráfico (luces, letreros, señales, marcas en el pavimento).
  5. Sus reflejos responden con más lentitud ante situaciones inesperadas, confunde el pedal del acelerador con el del freno o tiene problemas para cambiar la pierna de uno a otro y/o para estacionar el auto.
  6. Calcula mal la distancia de los autos en las intersecciones o en las entradas y salidas de la autopista.
  7. Se pone agresivo(a) o malhumorado(a) cuando está conduciendo, o provoca que otros conductores se quejen o le toquen la bocina.
  8. Se distrae con facilidad, tiene dificultad para concentrarse mientras conduce o le da sueño (o se duerme) al timón (mientras conduce).
  9. Tiene dificultad para voltearse para mirar por el espejo retrovisor cuando da marcha atrás o cambia de senda.
  10. Recibe con frecuencia inusual multas o advertencias de parte de las autoridades.

Si te reconoces a ti mismo en algunas de esas señales, es hora de que vayas pensando en buscar formas alternativas de movilizarte y dejes de conducir. Si se trata de tu padre, tu madre o un familiar a tu cuidado, debes abordar el tema, sin olvidar que es un asunto muy delicado, y que debes ayudar a que la persona se dé cuenta de que el que conduzca un auto se ha convertido en un peligro para ella y para los demás.

Si tu familiar no quiere escucharte, o se niega a ver que el hecho de que conduzca se ha vuelto peligroso, su médico puede ser de gran ayuda. El médico posiblemente se encargue de hacerle una evaluación, y puede hacer un juicio más realista que el tuyo sobre la habilidad de la persona para conducir. Y, si detecta un problema, le será más fácil convencerlo que a ti.

Un estudio llevado a cabo en Sunnybrook Health Sciences Centre, en Toronto, y publicado el de 27 de septiembre en el New England Journal of Medicine, reveló que los accidentes por conductores entre los pacientes que recibieron advertencias de su médico disminuyeron en un 45% durante el año siguiente, en comparación con los tres años anteriores a la intervención del doctor. El estudio sugiere que los médicos pueden ayudar a prevenir choques en las carreteras, que muchas veces causan lesiones graves o incluso la muerte.

Y si las cosas son realmente serias, y el médico no logra que el paciente deje de conducir, sí puede hacer que las autoridades lo sometan a una prueba de conducción y le retiren la licencia de manejo si es preciso.

De todos modos, piensa que es un tema delicado. Para evitar que la persona se deprima y para que no sienta que pierde su movilidad y su independencia, ofrécele otras alternativas de transporte a su alcance (autobuses, taxis, metro, viajes con miembros de la familia…). En algunos lugares existen formas de ayudar a las personas que por su condición médica (alguna enfermedad, alguna condición de salud) no pueden usar el transporte público. Investiga acerca de los recursos disponibles en tu comunidad.

Cuando hables con la persona afectada, es importante que le hagas ver que la vida no termina porque ya no conduce un auto, y haz énfasis en las actividades que puede disfrutar sin necesidad de manejar (conducir). Lo ideal es que te ayude un profesional y, con comprensión, ayúdalo a que se adapte a las nuevas circunstancias y a que no cause un accidente que se puede evitar y que ponga en peligro su vida y la vida de los demás.

Imagen © iStockphoto.com / ron-greer

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