El cerebro tiene una masa de 1,5 kg (3,3 lb), lo que representa menos del 2% de todo el cuerpo, pero se lleva el 20% de toda nuestra energía. Es decir, el cerebro es un órgano que necesita un flujo muy alto de nutrientes. Eso significa que podría ser blanco de muchos microorganismos que verían en el cerebro (y otras partes del sistema nervioso central) un excelente lugar para infectar, sin contar que es muy sencillo que una toxina pueda alterar el frenético trabajo neuronal. Es por esto por lo que existen una serie de barreras compuestas de células y vasos sanguíneos que seleccionan las sustancias que entran, asegurando así el delicado balance que permite la función cerebral óptima.
Tal como su nombre revela es una barrera que se produce entre la sangre (hemato) y el encéfalo (cerebro, tronco encefálico y el cerebelo, que en conjunto controlan todas las funciones del ser humano). Esta BHE está compuesta de una serie de células especializadas en separar rigurosamente la sangre, que circula por todo el cuerpo, del fluido extracelular cerebral: el líquido cefalorraquídeo. Este no es solo un obstáculo físico, además regula dinámicamente que es lo que puede o no entrar al cerebro. Veamos su componentes:
La selectividad de la BHE no es ilógica, está designada para filtrar sustancias que podrían romper el balance que requiere la actividad cerebral. Solo las moléculas pequeñas y esenciales como el oxígeno, el dióxido de carbono (que debe salir), y nutrientes como la glucosa o aminoácidos logran pasar rápidamente; dejando fuera a las grandes, las toxinas y los patógenos.
Esto acarrea dificultades para el trabajo médico:
El Dr. William Banks, del Sistema de salud de Puget Sound para los asuntos de Veteranos de la Universidad de Washington, Seattle, señala que: “para penetrar de manera eficiente la BHE debe adaptarse a las necesidades y cambios psicológicos de cada paciente. Incluso tenemos que tomar en consideración que no se promueva el avance de alguna enfermedad”. Además, señala que en los últimas décadas se ha pasado de pensar que es una barrera a una interfaz donde no siempre funciona inmaculadamente; en muchas ocasiones puede fallar dando paso a intoxicaciones, meningitis o la entrada de células tumorales.
“Si logramos encontrar buenos transportadores de moléculas más grandes quizá se lograría un mayor avance en el tratamiento de la diabetes, el Alzheimer, la esclerosis múltiple, la obesidad, los desórdenes alimenticios e incluso mejorar la resistencia a medicamentos”, sentencia el profesional.
Con el fin de dar una protección física a todo el sistema nervioso central, existen tres capas de tejidos llamadas las meninges. Estas capas en orden desde el cráneo hasta el cerebro son:
Si la BHE tuviese un daño podríamos permitir la entrada de patógenos, produciendo una meningitis (inflamación de alguna meninge). Por otro lado, en un derrame cerebral no hay necesariamente un rotura de la BHE, pero la pérdida de oxígeno la comprometería, generando inflamación y presencia de toxinas en el cerebro, dificultando la tarea de rehabilitación. Por ello investigadores están estudiando la BHE para aprender a mitigar estos efectos.
En síntesis, la sinergia entre la BHE y las meninges son los que permiten defender rigurosamente el sistema nervioso de cualquier peligro o daño, y con eso asegurar que nuestra conciencia esté a salvo.
Por Carlos Diego Ibáñez
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