Cuando pensamos en los microorganismos quizá nos viene a la mente la idea de los patógenos, esos seres microscópicos que tienen como único fin usarnos de alimento. En el mundo de la medicina, que se dedica entre otras cosas a tratar las infecciones, los expertos han visto que los microbios son parte de algo mucho más grande: la mayoría de las bacterias y hongos que nos rodean, quieren vivir en armonía. Es más, en el cuerpo humano, las células humanas son menos de la mitad en comparación con las de microorganismos. ¡Bienvenidos al mundo de la microbiota!
El ecosistema es algo que está presente en los entretenidos documentales de la televisión o del streaming. Para la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad de México es “el conjunto de especies -seres vivos- de un área determinada que interactúan entre ellas y con su ambiente”. Para que un ecosistema dure, este debe estar en equilibrio. ¿Serán los humanos un ecosistema?
La respuesta es sí. Y cada día se encuentran evidencias que lo sustentan. Es más, igual que en un bosque, los microorganismos que forman la microbiota van cambiando según el momento y contexto en el que nos encontramos. No siempre nuestro ecosistema será igual.
Todo comienza en el parto
Nuestra madre, en el nacimiento, nos entrega los primeros compañeros microscópicos. Pero, no todos nacemos igual. Ya eso tiene un impacto en nosotros:
Otro momento muy importante, para activar la microbiota, y educar el sistema inmune, es la lactancia. También, hay dos caminos:
¿Dónde los encontramos?
Aún no existe un absoluto conocimiento sobre cómo funciona y que hace en totalidad en nuestro cuerpo la microbiota. Pero sí sabemos dónde se encuentran y muchas de sus funciones. Por ejemplo, el microbiólogo Nicola Segata señala: “Muchas enfermedades no transmisibles -cáncer, diabetes, cardiovasculares- están asociadas, en cierta manera con la microbiota”. En general, nos ayudan a mantener a raya a patógenos, enseñar el sistema inmune y entregarnos algunos nutrientes. Pero ¿Dónde se encuentran?:
El acceso a la salud, y una mejor esperanza de vida, nos ha alejado de los microorganismos, reduciendo su diversidad. Las personas que viven en pueblos pequeños y rurales mantienen, en general, una microbiota ‘ideal’. Razón que puede explicar la menor cantidad de casos de estrés, alergias, cáncer y otros.
Los Yanomami de la jungla amazónica de Venezuela, tiene la mayor diversidad de bacterias intestinales de todos los seres humanos en la tierra, mucho mayor, especialmente que los residentes de Estados Unidos.
Finalmente, los contactos de los niños en la naturaleza a temprana edad deben mantenerse y aumentarse en lo posible. Al igual que la exposición a mascotas, que puede reducir los desórdenes alérgicos y la obesidad en niños.
Mireia Valles-Colomer, investigadora de la Universidad de Trento, recientemente, junto con colaboradores de todo el mundo (incluso Argentina), publicaron un artículo que muestra la importancia, y como se produce, la transmisión microbiológica entre personas. Ella señala que “las interacciones sociales [en la casa, con parejas y amigos] realmente cambian la composición de nuestro microbioma [microbiota]”. Volvamos a reunirnos, a salir a la naturaleza y si es acompañado de nuestros amigos de cuatro patas, mejor.
Por Carlos Diego Ibáñez
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