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Los nuevos brotes de sarampión en Nueva York, o de paperas en el estado de Ohio han ocurrido en Estados Unidos en donde estas enfermedades se consideraban eliminadas o bajo control gracias a la vacunación. ¿Por qué han regresado?  La causa se debe a grupos de padres bien intencionados, pero desinformados, que han decidido no vacunar a sus hijos por temores infundados acera de las vacunas. Las consecuencias son muy serias, no sólo para los niños sino también para la salud de las comunidades en donde viven si se produce un aumento en estas enfermedades infecciosas.

En generaciones anteriores, millones de personas se veían afectadas cada año en todo el mundo debido a enfermedades infecciosas como sarampión, poliomielitis, rubeola, difteria, varicela, meningitis, neumonía por neumococo, paperas o influenza (conocida como flu o gripe), sufriendo daños permanentes en muchos casos, y en otros incluso la muerte.

Por suerte, el número de casos ha disminuido dramáticamente desde que se empezó utilizar el tratamiento preventivo representado por las vacunas. Gracias a ellas se han erradicado o controlado enfermedades tan graves como la viruela o la poliomielitis y se han controlado los brotes de enfermedades altamente contagiosas, sobre todo en la población infantil, como el sarampión, la varicela o las paperas.

Una vacuna, es una sustancia biológicamente activa (que contiene una parte debilitada o muerta del germen que es responsable de la infección, pero que no causa la enfermedad) que provoca que el cuerpo forme. Los anticuerpos son la respuesta del sistema inmunológico (de defensa) justamente para defender al organismo de las enfermedades, ayuda a matar a los gérmenes que entran al organismo. Si los anticuerpos de una enfermedad determinada están presentes, no permiten que la persona la contraiga, la protegen. Y si acaso la contrae, los efectos son mucho más leves.

Hay vacunas, como la de la varicela, que no necesitan renovarse. Una sola aplicación causa inmunidad de por vida. Otras vacunas, la de la gripe (flu o influenza) por ejemplo, que requieren una reactivación periódica. Algunas se combinan en una sola inyección, como la MMR, que inmuniza o protege contra el sarampión, la rubeola y las paperas; o la MMRV, que inmuniza contra el sarampión, la rubeola, las paperas y la varicela.

Aunque son importantísimas para la salud de los niños, las vacunas contra ciertas enfermedades contagiosas pueden administrarse a cualquier edad, ya que los adultos también están expuestos a contraerlas.

Sin embargo, en los últimos años, muchas de estas enfermedades que estaban prácticamente erradicadas (al menos en los países con programas de vacunación extensos y efectivos, como los Estados Unidos) han regresado. ¿La razón? Durante la última década, algunos padres se han negado a que se les administren vacunas a sus hijos, creyendo que éstas en lugar de beneficiarlos, perjudican su salud.

El movimiento contra las vacunas empezó con la publicación en 1998 de un estudio por el Dr. Andrew Wakefield, un gastroenterólogo inglés, que asoció a la vacuna MMR  con el autismo en los niños pequeños. El estudio se publicó en la revista The Lancet.

Desde el principio, muchos médicos dudaron de los resultados del estudio, y varias investigaciones posteriores comprobaron que efectivamente sus resultados estaban equivocados. Pero no fue hasta el 2010 en que las conclusiones del Dr. Wakefield se desmintieron oficialmente.

En ese año, el British Medical Journal  publicó un artículo en que calificaba al estudio como fraude por estar basado en datos falsos. En el artículo se aseguraba que el Dr. Wakefield falsificó los datos. Afirmó que 12 niños que participaron en el estudio desarrollaron autismo después de recibir la vacuna MMR, aunque lo cierto es que desde antes presentaban problemas. Tal vez la falsificación se debió a que un abogado le ofreció una buena cantidad de dinero, con la idea de demandar a la compañía fabricante de las vacunas. Como consecuencia, el Dr. Wakefield perdió su licencia para ejercer como médico, y la revista The Lancet retiró el artículo de sus publicaciones.

Pero el daño estaba hecho: muchos padres que habían escuchado acerca del estudio dejaron de vacunar a sus hijos, creyendo que podían desarrollar autismo. El resultado fue una gran cantidad de brotes de varias enfermedades. El sarampión, por ejemplo, que ya en el año 2000 parecía estar erradicado en los Estados Unidos gracias a las vacunas, ha aumentado significativamente desde entonces. Y esto es un  problema importante ya que el sarampión es una enfermedad altamente contagiosa, que puede tener complicaciones serias, como infección en los oídos, neumonía o encefalitis, y en muchos casos (200,000 al año en todo el mundo) la muerte. El año pasado, por ejemplo, ocurrieron unos 13 brotes de sarampión en los Estados Unidos, con unos 189 casos comprobados. En lo que va de este año, se han reportado brotes de sarampión en la ciudad de Nueva York, y de paperas en el estado de Ohio.

Además de la desinformación, otros factores como las convicciones religiosas influyen en la decisión de los padres de negarse a vacunar a sus hijos.  En otros casos, es cuestión de actitud. Algunos padres responsables con alto nivel adquisitivo y de educación, creen que lo mejor para sus hijos es optar por un estilo de vida más “natural” que en su opinión, excluye a las vacunas.  Otros simplemente concluyen que, como las vacunas no ofrecen un 100 por ciento de seguridad, que no vale la pena someterse a sus posibles efectos secundarios. Este es un error muy grave. Ya que aunque si existe la posibilidad de contraer la enfermedad después de vacunarse (que es pequeña), como mencionamos anteriormente, la vacuna reduce el riesgo de desarrollar complicaciones serias causadas por la enfermedad, así que sigue teniendo beneficios vacunarse. Además, dentro de una comunidad, el efecto acumulativo beneficia a todos. Mientras más miembros de un grupo, ya sea la familia, el barrio, la escuela o la ciudad, estén vacunados, menos probabilidades de contagio habrá si ocurriera un brote.

Un niño sin vacunar es mucho más vulnerable e indefenso ante enfermedades que se pueden prevenir o evitar, como el tétano, la difteria o la tosferina que pueden tener consecuencias gravísimas tanto para su salud como para los que lo rodean.

¿Estás entre las personas que se oponen a la vacunación, pensando que así protegen a sus hijos y a su familia? Piensa que estás logrando exactamente lo opuesto. Es cierto que las vacunas suelen provocar un poco de fiebre y algunas molestias en los niños (es la respuesta del cuerpo cuando forma los anticuerpos), pero el no vacunarlos puede tener consecuencias catastróficas. Algunos niños pueden requerir hospitalización, otros pueden quedar paralíticos, otros pueden fallecer.

Esto no es cuestión de opiniones. Lo vemos estadísticamente históricamente antes y después del descubrimiento de las vacunas y comparando los países en donde los padres no tienen la opción de vacunar a sus hijos. Las estadísticas no mienten.

Habla seriamente con tu médico sobre tus dudas, y pídele que te explique basado en datos. Instituciones tan prestigiosas como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Academia Americana de Pediatría (AAP) y el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) recomiendan la vacunación de los niños para protegerlos de peligros mayores. Por eso es importante que obtengas tu información de fuentes basadas en ciencia. Todos los padres quieren lo mejor para sus hijos, quieren verlos crecer sanos y felices, quieren protegerlos. Vacunarlos es parte de esa protección. Te ahorrará preocupaciones en el futuro y hasta les podrías estar salvando la vida. Si tienes dudas, consulta a tu médico o al departamento de salud de tu área. En muchos lugares las vacunas son tan importantes que las ofrecen de forma gratuita.

Imagen © Thinkstock / Monkey Business Images Ltd

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